miércoles, 22 de septiembre de 2010

El amor romántico

Yo me declaro abiertamente feminista. Lo cual, para los que me conozcan no es ninguna novedad, y para los entendidos en el tema, no es ninguna declaración atrevida ni provocadora. Pero, quiero suponer que alguien que me esté leyendo piensa todavía que las feministas y los feministas somos o bien gays, o bien feas frustradas que llevan camisas anchas de cuadros, estilo leñador. Para ellos, si aún siguen en esta línea, va esta entrada. Porque es a los que aún no son feministas a los que quiero dirigirme, es esa parte de la sociedad la que aún tiene que abrir ciertos espacios de la mente que tienen cerrados, no es culpa suya. A mí me quedan miles por abrir todavía, por suerte.


Recuerdo que en primero de carrera -qué fructífero fue ese año- nuestra profesora de Movimientos Literarios empezó su primera clase preguntándonos cuántos éramos feministas. De casi ochenta alumnos, sólo seis levantaron la mano. Yo no fui nadie de los seis. Claro que me consideraba feminista, pero no tenía mucha idea de lo que significaba, como no la tiene nadie que no haya estudiado aunque sea unas líneas de teoría feminista -o nadie que no nos haya oído hablar.


Resulta que el feminismo es la lucha por la igualdad entre el hombre y la mujer. Los que nos ven como frustrados por un machismo que "ya no existe" -y un huevo- nos consideran luchadores por una supremacía de la mujer sobre el hombre, como una oposición al machismo. Señoritos, eso es hembrismo. No dudo que el término "feminismo" suponga algunos problemas puramente morfológicos, pero la realidad es ésta. Por tanto, y si hemos leído bien, todo hombre y mujer en democracia debería ser inherentemente feminista, porque todos queremos la igualdad, ¿verdad? 


No dudo que todos la queramos, el problema está en identificar las desigualdades. Cuando ya hemos identificado las desigualdades obvias, nos hemos relajado. Todos. Luchamos contra la violencia machista, pero no vemos las mil muestras de machismo que existen a nuestro alrededor cada día. Desde la publicidad, hasta el doble esfuerzo que las mujeres tenemos que hacer en nuestro día a día para demostrar que valemos tanto como cualquiera en nuestra diferencia. Que sabemos conducir y dirigir países, no como un hombre, porque el feminismo no es igualarnos al sexo opuesto, sino como personas, todos y todas, somos iguales, en derechos, y en deberes.


Una vez aclarado esto, voy a la cuestión de fondo.


"En la estela de estos planteamientos, la crítica feminista no tardó en descubrir en el amor romántico una de las estratagemas más sibilinas y eficaces de la cultura patriarcal para doblegar a las mujeres y consolidar relaciones asimétricas. Alimentar ese ensueño distorsionador sirve para que la mujeres asuman como un destino deseable la renuncia personal, la entrega total y apasionada, la sumisión absoluta a su príncipe idealizado. Aunque pudiera pensarse que con sus fogosidades y arrebatos el amor romántico implica y complica por igual a hombres y mujeres, la critica feminista denuncia que más allá de las retóricas dolientes masculinas lo que en realidad se exalta es la propiedad y dominio del varón sobre la mujer, representada insistentemente como un ser incompleto, frágil y necesitado de protección. Basta con realizar una rápida revisión de los contenidos románticos de los cuentos infantiles, las canciones, las revistas, las películas o las series de televisión para constatar cómo vinculan la plenitud de la mujer al anhelo de entrega y sometimiento al amado, al deseo de resultarle siempre atractiva, a la disposición permanente a satisfacer sus deseos. El ideal romántico, además, hace depender el éxito de la relación de que la mujer abrace decididamente este esquema escandalosamente asimétrico, asumiendo los sacrificios y renuncias que hagan falta. El cuidado de la relación aparece así como un deber de las mujeres y la responsabilidad del posible fracaso de la relación siempre es de ellas."

Eduardo Jimeno Fernández Cardedue 


La primera de muchas desigualdades muy asumidas y toleradas en nuestra sociedad, la primera que adoptamos desde que nacemos y nos condiciona sin saberlo, porque nadie detecta su machismo intrínseco, es el amor romántico. Crecemos en igualdad, nos mezclamos en los colegios y tenemos, más o menos, las mismas oportunidades para estudiar y formarnos. Pero desde pequeños, y sin darnos cuenta, somos educados de manera muy diferente. A todos nos enseñan el respeto, la necesidad de trabajar para conseguir el pan de cada día. Pero además, a nosotras nos enseñan a amar. Y más allá, nos enseñan a esperar al caballo blanco y su príncipe azul montado en él para que nos despierte con su beso. Nos enseñan desde pequeñas a que no estemos completas hasta encontrar al amor de nuestras vidas, el hombre de nuestros sueños. Y en eso, a los hombres no se les educa. Por eso, en nuestros sueños siempre aparece la disyuntiva indecente entre el amor y la familia, o el sueño, digamos, profesional.


Las películas, las series, los cuentos infantiles, están llenos de ejemplos. A los hombres se les plantean otras metas, terminar con una guerra, ser agente de la CIA, superhéroe o presidente del gobierno. No es que ésas metas no se nos planteen también a nosotras -siempre en menor medida- sino que a los hombres la tarea de amar se les enseña minoritariamente y con un enfoque que representa sólo una meta más, "salvar a la princesa", no como algo fundamental, sino como uno más de los logros que consagran sus virtudes, la fuerza, el honor, el valor. Nuestra meta, casi única, no es salvar a nadie, sino ser salvadas, como sexo débil, frágil, incompleto. Incapaz de proezas que no tengan que ver exclusivamente con nuestro objetivo último, el amor.


Y aunque nosotros lo aprendamos ahora, siempre habrá un resquicio de machismo que no identificaremos, a mí me sucede aún. Y si no cambiamos toda esa cultura, los niños del mañana seguirán siendo superhéroes, y las niñas, Blancanieves.

2 comentarios:

  1. El feminismo tiene un problema muy gordo, y es su propio nombre.
    Si comparamos, por mero entretenimiento, la situación de la mujer en la historia con la de la raza negra, nunca se llamó al que defendía la igualdad entre razas racista, ese término se usaba para los que propugnaban la superioridad de una sobre otra.
    En otras ocasiones se solucionaba poniendo el sufijo fobo, como homófobo o xenófobo, pero siempre al creyente de alguna diferencia, mientras que los que están en contra del racismo, de la homofobia o de la xenofobia no tienen un nombre preestablecido, más que como mucho tolerante o poniendo una negación delante.
    Por tanto, feminismo suena a eso, a la superioridad de la mujer sobre el hombre, hembrismo es un término que no termina de ser más que algo artificial.
    Por tanto, decir "soy feminista" aunque quiera decir " creo que el hombre y la mujer tienen el derecho a tener los mismos derechos y obligaciones, en igualdad" parece decir la mujer es superior al hombre.
    Otra apreciación es la que consideras virtudes ciertas aptitudes, como por ejemplo ser superherorea en contra de ser blancanieves (se aprecia al decir que sigue siendo un resto de machismo), es decir, piensas que la valoración de la fuerza física es superior al valor de criar una familia, por qué tiene que ser superior el tener mayor fuerza física o ir a la guerra que criar una familia?
    No tiene por qué ser superior, por tanto al educarnos a unas para princesas y a otro para príncipes se nos discrimina igual, es igual un hombre que quiere ser un gran padre a una mujer que quiere irse a la guerra, no veo una gran diferencia, no entiendo el machismo.
    La meta de los hombres seguirá siendo salvar a una princesa, pero solo si eres wapísimo y tienes un gran valor y una gran fuerza física, si no serás el villano al que mata el heroe; y si no la salvas un fracasado.
    También tienes que ver cuando se crearon esos cuentos, y su versión original, que es mucho más cruenta.

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  2. Perdona que conteste tan tarde, pero es que se me olvida ver si hay algún comentario (porque no suele haber muchos). Como ambos decimos, el nombre del feminismo puede llevar a un sinfín de malentendidos, pero una vez aclarados, los prejuicios deben desaparecer en favor del conocimiento. El hembrismo, por otra parte, no es un término artificial, sino un neologismo con el que se pretende englobar a ese opuesto al machismo, y que a la vez permite desligar esos aspectos erróneamente atribuidos al feminismo.
    Yo no pienso que la fuerza tenga un valor superior al de crear una familia, es la sociedad la que lo valora así. O te parece que esta sociedad da el mismo valor a una ama de casa que a un soldado? Para mí no es que haya una diferencia de valores, es que a nosotras se nos encasilla como madres, se nos define por nuestro valor biológico para convertirnos en él, en simples vientres. Hace poco veía una reseña en ABC sobre los candidatos a las elecciones catalanas. A la candidata del PP la definían como una mujer valiosa por doméstica, madre valiente. ¿Y no habrá otras virtudes que conviertan a Alicia Sánchez Camacho en una candidata valiente, como el resto de sus compañeros, más allá de su función como madre? Yo no desprecio el valor de crear una familia, pido que se nos valore más allá de eso, como médicas, y no como madres médicas, no sé si se entiende.
    El problema es que esos valores asociados a la mujer, como el de ser madre, se pueden atribuir al hombre sin discriminación, nadie discrimina al hombre que quiere ser padre y dedicarse a su familia, la mujer tiene mucho más difícil el camino inverso, el tradicional del hombre. Y la prueba es tan fácil como consultar quien forma el Consejo de Administración de Telefónica, o Inditex, o el Banco Santander, o la empresa que más te apetezca.
    La meta de los hombres seguirá siendo salvar a una princesa, mientras a las mujeres se les siga educando para esperar un príncipe, en vez de salir a por él en igualdad de condiciones.
    Ya sé que la versión original de estos cuentos es mucho más cruel, sólo faltaba. Pero espero que se vayan creando otras, o cuentos nuevos, en los que la actitud activa y pasiva se reparta a partes iguales entre el hombre y la mujer.

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